Mikarimin. Revista Científica Multidisciplinaria ISSN 2528-7842
VIOLENCIA DE GÉNERO Y SU TIPIFICACIÓN EN EL SISTEMA JURÍDICO ECUATORIANO
© Centro de Investigación y Desarrollo. Universidad Regional Autónoma de Los Andes - Extensión Santo Domingo. Ecuador.
era solo una cruz que su dios le había dado, que debía llevarlo con resignación y sin hacer mucho
ruido. La recompensa al sufrimiento, decía, la tendría en la vida eterna. ¿Y la ley? Esta hacía
mutis sobre los derechos de las mujeres, por lo menos, a no recibir brutales palizas. Sobre las
violaciones dentro del matrimonio aún no dice nada. Sí, ¡a estas alturas!
Este texto pretende exponer el origen y los componentes de esa convicción, de la certeza que han
tenido los hombres (y la inmensa mayoría de las mujeres) de que el ejercicio de violencia contra
las mujeres es un derecho masculino, que tienen por su condición de machos de la especie. Ese
constructo social, de muchos años, milenios incluso, es el que permite a los hombres (y a muchas
mujeres) justificar las palizas, las violaciones, los asesinatos, los insultos, las vejaciones, las
humillaciones y todo lo demás. La violencia es la forma cómo se impusieron, hace muchísimos
años, los hombres a las mujeres. La violencia es una de las formas que tiene de controlar a la
exacta mitad de la población, y lo es porque mediante ella han generado terror en las mujeres, que
se puede describir como miedo permanente a que les causen dolor físico y a que dañen a sus
hijos. Hay otras formas de control, sociales, políticas, económicas, culturales.
Las religiones, por ejemplo, en su contenido doctrinal, son formidables instrumentos de
dominación y esclavización de mujeres. La noción de pecado original es una construcción que
trabaja en contra de todas las mujeres desde su nacimiento. La culpa recae sobre las mujeres,
aunque las acciones execrables las cometan los hombres. Esta podría explicar, por ejemplo, que
un juez absuelva al abuelo de violar en repetidas ocasiones a la nieta de cuatro o cinco años, con
el argumento peregrino de que no opuso resistencia. Allí, en ese fallo, ese juez misógino, está
echando la culpa a una pequeña de cinco años. Es la culpa del pecado original que está en esas
cabezas judeocristianas que tanto éxito han tenido en desprestigiar a las mujeres. Han sido tan
eficientes que cuando un hombre viola a una mujer es ella que siente culpa.
Este largo proceso de construcción del patriarcado echó mano de varias herramientas. La
medicina, la filosofía y la literatura contribuyeron también en medida no menor a la creación y
mantenimiento de esas construcciones funestas alrededor de lo que significa ser mujer. Son
célebres las diatribas de escritores, médicos y filósofos en contra de las mujeres. Pero la violencia
física es la que más se nota, la más estridente en esos tiempos. Y lo es porque, como decía una
canción de un popular grupo de pos español de la década de los noventa del siglo pasado:
“Porque el que muere, ni vive más”. Segar una vida (la de una mujer) por una ideología, aunque
sea largamente construida a lo largo del tiempo, es un extremo que los Estados empezaron a
concebir como un delito hace relativamente poco tiempo. Ha costado realmente mucho que esa
organización social suprema que es el Estado se decida a proteger la integridad física, psicológica
y la vida de las mujeres, que las conciba como bienes jurídicos a proteger. Y eso se debe a las
locas feministas, a esas mujeres que desde hace como dos siglos empezaron a protestar, a
estudiar, a escribir, y otra vez a protestar, por un estado de cosas que las perjudicaba.
La violencia en contra de las mujeres ha estado siempre presente en nuestras vidas, cuando no en
nuestras casas en la de alguna vecina. Casi todas las personas son capaces de evocar algún papá
(a veces el propio) que tenía a toda su familia aterrorizada. Un hombre que había impuesto en su
casa, a su mujer y a sus hijos, un miedo atroz a su figura, a contradecirlo en lo más mínimo, ante
cuya presencia temblaban todos. Ese es el modelo de cabeza de familia que pervive en culturas
como la ecuatoriana, en un porcentaje ciertamente menor que antes, pero no ha dejado de ser. No
obstante, ese modelo de cabeza de familia, de hombre, en definitiva, pese a todos los intentos del
patriarcado por legitimarlo, está actualmente en crisis. Y esa crisis la han provocado las
satanizadas feministas, con sus exigencias de derechos para las mujeres, una tarea en la que han