Hay que cambiar, por tanto, la manera de razonar arraigada en la universidad constituida, su
memorismo normativo, su reproducción simple. La sociedad del tiempo presente requiere una
racionalidad diferente, enlazada con las iniciativas, la cooperación, el sentido de la
responsabilidad, la ética, la capacidad de relacionar fenómenos; asumiendo en todo momento los
brotes emergentes de lo nuevo.
Para alcanzar tal propósito, se debe replantear, entre otros, la organización del conocimiento,
reformular políticas y programas educativos, manteniendo las expectativas en las generaciones
futuras, las cuales han de estar dispuestas para hacer frente a los desafíos que se manifiestan tanto
en la cultura científica como la socio-humanista.
En este sentido, el camino de la educación universitaria se entrelaza en la compleja trama del
tejido social, porque es el resultado de fuerzas vitales que conllevan al desarrollo, así como al
estímulo intelectual y la voluntad de cambio. De manera antagónica a la concepción que se tiene
de universidad constituida, como retén de la tradición, la nueva universidad ha de emerger con el
signo de la transformación, lo cual las comprometerá con las grandes innovaciones de nuestro
tiempo y los requerimientos de la sociedad.
Debido al alcance y ritmo de las transformaciones, vale decir, la sociedad cada vez más tiende a
basarse en el conocimiento, por lo que la formación y la investigación son parte esencial del
desarrollo cultural, social, económico, educativo y político de las regiones. Por tanto, tendrá que
hacer frente a excepcionales obstáculos: ha de emprender la renovación más esencial, de forma
tal, que la sociedad contemporánea pueda apropiarse de los argumentos necesarios para asumir
rasgos de sensibilidad que le den otro sentido a la vida.
Para alcanzar tales metas, la nueva universidad deberá desarrollar una formación a la cual se le
pueda “demandar pruebas de validación que estén referidas a su consistencia teórica, a su
coherencia lógica y pertinencia social ... para responder al desarrollo endógeno” (Lanz, 2007 pág.
1) y una investigación que “no se conciba ... como un proceso lineal o metódico único, más bien
incorpora la complejidad y la transdisciplinariedad para el logro de los procesos reflexivos de la
ciencia” (González, s/f pág. 114). Estos aspectos permitirán reconocer que “el pensamiento
transdisciplinario y el pensamiento complejo hablan desde la misma tribuna, son en verdad una
unidad ... La complejidad es del conocimiento y los procesos reales; la transdisciplinariedad de
los nuevos modos de producción de conocimiento” (Lanz, 2010 pág. 206).
Lo anterior conlleva hacia la reflexión de la educación universitaria, desde la perspectiva
transdisciplinaria, como dimensión clave para la nueva universidad. Como destaca Nicolescu
(1996, pág. 54):
el enfoque transdisciplinario puede hacer una contribución importante para el
advenimiento de un nuevo tipo de educación ... Para ello, es indispensable el
espíritu científico, como una de las mayores adquisiciones de la aventura
humana; igualmente, es importante la iniciación precoz en las ciencias, lo cual
permite el acceso, desde el principio de la vida humana, a la inagotable riqueza
del espíritu científico, basado en el cuestionamiento, en el rechazo a cualquier
respuesta prefabricada y a cualquier certeza que contradiga los hechos. Ahora
bien, el espíritu científico no significa en absoluto el aumento desenfrenado de
la enseñanza de materias científicas ... No es, entonces, la asimilación de una
masa de conocimientos científicos lo que permite el acceso al espíritu
científico, sino la calidad de lo que se enseña; y “calidad” quiere decir hacer